lunes, 12 de marzo de 2012

Historia de la Psicología - Unidad Temática 7


Principios Organizadores:
La Psicología del Inconsciente - Sigmund Salomón Freud
 El Psicoanálisis
La variante al Psicoanálisis – Alfred Adler
La variante al Psicoanálisis – Carl Jung               

VII. A – LA PSICOLOGÍA DEL INCONSCIENTE – SIGMUND FREUD ( 1856-1939)  
 A. 1 – Introducción a la Psicología del Inconsciente
Si la grandeza de una figura se midiera por la influencia de su obra en el pensamiento  occidental del siglo XX, entonces Sigmund Freud sería, sin duda, el psicólogo más importante de esta época. Ninguna variable en la esfera de la investigación sobre la naturaleza humana escapó a su mirada científica y su obra influyó (y continúa influyendo) en la literatura, en la filosofía, en la política, en la sociología, en el arte, en la ética y hasta en la cultura popular, cuando se utiliza alguna de su terminología en la interacción social.
            La Psicología del Inconsciente, obra de Sigmund Freud, es considerada hasta nuestros tiempos como una teoría sorprendente, de indiscutible originalidad. Durante mucho tiempo, el Psicoanálisis conservó la exclusividad del sello de su creador; con el pasar de los tiempos, los seguidores de S.Freud la enriquecieron con sus aportes, pero sigue manteniendo la marca imborrable de su creador.
            Freud se veía a sí mismo como un revolucionario, que luchaba en solitario contra un mundo represivo en general, y contra la sociedad Victoriana en particular. Explícitamente, se entroncó en el linaje de Copérnico y de Darwin, como uno de los que se había atrevido a desafiar el infantil egocentrismo de la humanidad, impulsándola hacia su madurez y al autoconocimiento. Quiso hacernos conocer y entender la parte inconsciente de nuestra naturaleza, quizás la más oscura, con el objetivo de que aprendiéramos a someterla al control de la razón.   
            La psicología propuesta por S. Freud se centraba, principalmente, en los procesos mentales anormales y se proponía conocer en profundidad los procesos de la conciencia, influenciada por procesos instintivos primitivos que, concientemente, nos generaba temor conocer. En vez de transitar por los caminos de la experimentación, Freud optó por investigar a la mente humana a través de la exploración clínica, buscando los orígenes ocultos de la conducta humana en el inconsciente y en los residuos primitivos de la infancia. Freud, con el psicoanálisis, defendió lo que tendría que ser, a su criterio, la psicología científica, incorporando a su teoría el estudio de la personalidad, la motivación y la psicopatología, además de reforzar el interés por los temas sociales, religiosos y relativos a los aspectos evolutivos del ser humano.
            Freud presentó al psicoanálisis como una revolución frente al mundo de su época. El psicoanálisis, decía Freud, representaba el tercer gran golpe a la autoestima humana. El primer de ellos había sido la demostración de Copérnico de que los seres humanos no somos el centro del universo. El segundo golpe fue la demostración darwinista según la cual el hombre es una parte de la naturaleza, probablemente descendiente, evolutivamente, de una especie primitiva. El tercer golpe, afirmaba Freud, era su propia demostración de que el ego humano no es el dueño en su propia casa (Gay, 1989)   

A. 2 – La vida de Sigmund Freud


Sigmund S. Freud
 
Sigmund Salomón Freud nació en Freiberg (actual Príbor, República Checa), el 6 de mayo de 1856, hijo de padres judíos. Su joven madre se había casado, a los 20 años de edad, con un viudo, de 41 años, con un hijo, fruto de su primer casamiento. Cuando Freud nació, su medio-hermano contaba con 19 años de edad. Freud heredó de su padre (comerciante de lanas) el sentido del humor, el liberalismo y un cierto escepticismo respeto a los orígenes de la humanidad. Su madre, orgullosa de este hijo primogénito, estudioso y responsable, generó en Freud un sentimiento precoz de responsabilidad. Cuando apenas tenía tres años, su familia, huyendo de los disturbios antisemitas que entonces se producían en Freiberg, se trasladó a Leipzig. Poco tiempo después, la familia se instaló en Viena, donde Freud residió la mayor parte de su vida.
Aunque su ambición desde niño había sido dedicarse al ejercicio del derecho, Freud se decidió a estudiar medicina y entra en la Universidad de Viena en 1873. Inspirado por las investigaciones científicas del poeta alemán Goethe, sintió un poderoso deseo de estudiar ciencias naturales y de resolver alguno de los retos que en aquel momento afrontaban los investigadores de su tiempo.
Inició su investigación por el estudio del sistema nervioso central de los invertebrados, en el laboratorio de fisiología que dirigía el médico alemán Ernst Wilhelm von Brücke. Estas investigaciones neurológicas fueron tan absorbentes que Freud descuidó sus obligaciones académicas, permaneciendo en la facultad tres años más de lo habitual, antes de obtener su Doctorado en Medicina. En 1881, después de cumplir un año de servicio militar obligatorio, finalizó su investigación. Sin embargo, no quiso abandonar el trabajo experimental y permaneció en la universidad como ayudante en el laboratorio de fisiología. En 1883, presionado por Brücke, se vio obligado a abandonar la investigación teórica.
Así, Freud estuvo tres años en el Hospital General de Viena, dedicándose sucesivamente a la psiquiatría, la dermatología y los trastornos nerviosos. En 1885, tras su designación como profesor adjunto de Neuropatología en la Universidad de Viena, dejó su trabajo en el hospital. A finales del mismo año, recibiría una beca del gobierno para estudiar en París diecinueve semanas junto al neurólogo Jean Charcot, que, en el momento, trabajaba en el tratamiento de ciertos trastornos mentales mediante la hipnosis, en el Departamento de Salud Mental (manicómio) de Salpêtrière del que era Director. Los estudios de Freud con Charcot, centrados en la histeria, encauzarían definitivamente sus intereses hacia la psicopatología y al estudio científico de los trastornos mentales. En 1886, Freud se estableció como médico privado en Viena, especializándose en los trastornos nerviosos. Sufrió una fuerte oposición de la clase médica vienesa por su defensa del punto de vista de Charcot sobre la histeria y el uso de la hipnosis, entonces considerados como enfoques poco ortodoxos. El enfrentamiento resultante retrasó la aceptación de sus hallazgos posteriores sobre el origen de las neurosis. Cabe destacar que, en esta época, las neurosis eran consideradas como trastornos de carácter neurológico.
En 1923, se le detectó un cáncer en la mandíbula que precisó de un tratamiento constante y doloroso, por el que tuvo que someterse a varias operaciones quirúrgicas. A pesar de estos sufrimientos, continuó su actividad durante los 16 años siguientes, escribiendo principalmente sobre asuntos filosóficos o culturales. En 1936 cumple ochenta años. Anciano, enfermo y desencantado, se le diagnostica una reactivación del cáncer.  En 1937 se publica Análisis Terminable e Interminable; es un texto en que se manifiesta la situación de desilusión y desencanto de Freud, señalando las limitaciones curativas del análisis ante la potencia de las fuerzas innatas, de la pulsión de muerte y sus manifestaciones en el carácter.
           En 1938 la situación social de Austria está el “clima de guerra”. En marzo, finalmente las tropas alemanas son "invitadas" a cruzar la frontera hacia Austria, cuando Hitler ya estaba en Viena. Comenzó una persecución terrorífica contra todos los opositores y en especial contra  los judíos. La casa y en consultorio de Freud fueron controlados pero, la reputación de Freud en las más altas esferas, aún lo protegía. El estado de salud de Freud era muy limitante y él se resistía a dejar Viena.  La situación empeoró aún más; su hija, Anne Freud, fue arrestada por la Gestapo el 22 de marzo de ese mismo año. Fue interrogada sobre la Asociación Psicoanalítica Internacional y luego liberada. Los bienes de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, la biblioteca y la editorial, fueron confiscados. Finalmente se inició la emigración: el 5 de junio Freud y sus acompañantes entraron a Francia en tren, en medio de una recepción pública y tres días más tarde llegaban a Londres, Inglaterra. Freud se alojaba en 39 Elsworthy Road, y su estadía en Londres es públicamente notoria; la recepción es muy cálida y pronto le llevan los registros de la Royal Society para que estampe su firma junto a las de Newton y Darwin. A pesar de su estado de salud, termina la tercera parte del libro sobre Moisés. En agosto, lo visita el joven y prolífico talento del movimiento surrealista Salvador Dalí, que le dejó una grata impresión.
       En septiembre se advierte una reactivación del cáncer y es operado  por última vez. Se publica su último trabajo prolongado titulado Moisés y la Religión Monoteísta, y entre julio y septiembre de este año, se dedica a escribir  la Historia del Psicoanálisis; se trata de un resumen, casi un testamento, muy condensado, de las principales ideas de la teoría psicoanalítica y la sugerencia de algunas ideas respecto al posible desarrollo futuro del análisis.
En 1939 la enfermedad se hacía cada vez más extensa y dolorosa y, terminar esta situación es, para Freud, cada vez más deseable. Se apoyaba y dependía bastante, en este periodo, de su hija Anne y de su médico personal Max Schur que estaba a su lado desde 1929 y ahora también en Londres. Schur, además, era un admirador del psicoanálisis. Freud confiaba tanto en él que, desde el inicio de su enfermedad, le solicitó (y así lo acordaron) que no permitiera que, a raíz de su dolencia, la vida se le transformara en una tortura innecesaria.
El 1 de agosto de 1939, Freud terminó definitivamente su práctica médica. Tenía plena conciencia de como se iba apagando su cuerpo y su vida. En estos días sólo dormitaba y pasaba las horas mirando el jardín de su residencia por la ventana de su cuarto. El 19 de septiembre, con un apagado y agotado gesto, se despidió de sus amigos más íntimos. El 21 de septiembre Freud le recordó a Schur el acuerdo; quería conservar el control sobre su vida y la dignidad en su espíritu, hasta el último momento. Anne, su hija, finalmente se rindió frente a la decisión de su padre. Así, su médico particular Schur, el 21 de septiembre, inyectó a Freud tres dosis de morfina. Freud se durmió y luego repitió la dosis y al día siguiente; el 22 de septiembre, le dio una dosis final. Freud entró en coma y ya no despertó más. A las tres de la madrugada, del 23 de septiembre de 1939, Sigmund Salomón Freud murió.
Fuente: fotos de S. Freud – www.herreros.com.ar
            Algunas frases de Sigmund S.Freud:
“Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo."
"El mundo hace lentos progresos. Hace sólo trescientos años me hubiesen quemado."
"He sido un hombre afortunado; en la vida nada me ha sido fácil."
"La verdad al cien por ciento es tan rara como el alcohol al cien por ciento."
(Jones, 1953)
                                                                                                                     
Freud visto por Salvador Dalí. El pensamiento de Freud tuvo gran influencia en la literatura y el arte de vanguardia, particularmente en el movimiento surrealista. La influencia de las teorías psicoanalíticas se puso también de manifiesto en la pintura metafísica y en el expresionismo abstracto.
Fuente: www.biografíasyvidas.com
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A.    3 - Los comienzos del Psicoanálisis

El primer trabajo publicado por Freud sobre psicopatología, Sobre la Afasia, apareció en 1891; era un estudio de este trastorno neurológico en el que la capacidad para pronunciar palabras o nombrar objetos comunes se pierde como consecuencia de una enfermedad orgánica en el cerebro. Su último trabajo sobre neurología, el artículo, "Parálisis Cerebrales Infantiles", fue escrito para una enciclopedia en 1897, sólo por la insistencia del editor, porque, en aquel momento, Freud estaba más ocupado en las explicaciones psicológicas de las enfermedades mentales que en las fisiológicas. Sus trabajos posteriores se inscriben enteramente en ese terreno, que él mismo había bautizado como Psicoanálisis, en 1896.
Esta nueva orientación de Freud se dio a conocer, por vez primera, en su trabajo Estudios Sobre la Histeria (1893), elaborado en colaboración con el médico vienés Josef Breuer que, dos años después, se publicaría con mayor extensión. Se consideraban los síntomas de la histeria como manifestaciones de energía emocional no descargada, asociada con traumas psíquicos olvidados. El procedimiento terapéutico consistía en sumir al paciente en un estado hipnótico, para forzarle a recordar y revivir la experiencia traumática origen del trastorno, con lo que se descargarían por catarsis las emociones causantes de los síntomas. La publicación de esta obra marcó el comienzo de la teoría psicoanalítica, formulada sobre la base de las observaciones clínicas.
Durante el periodo de 1895 a 1900, Freud desarrolló muchos de los conceptos posteriormente incorporados a su teoría, tanto a la práctica como a la doctrina psicoanalítica. Poco después de la publicación de los estudios sobre la histeria, Freud abandonó el uso de la hipnosis como procedimiento catártico, para reemplazarlo por la investigación del curso espontáneo de pensamientos del paciente (llamado asociación libre), como método idóneo para comprender los procesos mentales inconscientes, que están en la raíz de los trastornos neuróticos.
En sus observaciones clínicas, Freud encontró evidencias de los mecanismos mentales de la represión y la resistencia, describiendo la primera como un mecanismo inconsciente que hace inaccesible a la mente consciente el recuerdo de hechos dolorosos o traumáticos; y la segunda como la defensa inconsciente contra la accesibilidad a la conciencia de las experiencias reprimidas, para evitar la ansiedad que de ella se deriva. Freud propuso seguir el curso de los procesos inconscientes, usando las asociaciones libres del paciente como guía para interpretar los sueños y los “lapsus” en el lenguaje (además de chistes, actos fallidos, etc). Mediante el análisis de los sueños, llegó a sus teorías sobre la sexualidad infantil y el complejo de Edipo, que explicaría el apego del niño al progenitor del sexo contrario, junto con los sentimientos hostiles hacia el del propio sexo (considerado, en principio, un rival).
Estos planteamientos, que hacían hincapié en la base biológica del comportamiento humano (particularmente el sexo y la agresividad), fueron muy controvertidos. En estos años, desarrolló también la teoría de la transferencia, proceso por el que las actitudes emocionales, establecidas originalmente hacia las figuras de los padres durante la infancia, son transferidas en la vida adulta a otros personajes (maestros, autoridades, jefes, el propio psicoanalista, etc.). El final de este periodo viene marcado por la aparición de su obra más importante, La Interpretación de los Sueños (1900 primera edición) que, posteriormente Freud ampliaría. En ella analiza (además de algunos sueños de sus pacientes, amigos, hijos, e incluso de personajes famosos) muchos de sus propios sueños, registrados durante tres años de autoanálisis iniciados en 1897. Este trabajo expone todos los conceptos fundamentales en que se asientan la teoría y la técnica psicoanalítica.
En 1902, Freud fue nombrado profesor titular de la Universidad de Viena. Este honor no era, sin embargo, debido al reconocimiento de sus aportaciones, sino como resultado de los esfuerzos de un paciente con influencias. El mundo médico todavía contemplaba su trabajo con hostilidad, y sus siguientes escritos, Psicopatología de la Vida Cotidiana (1904) y Tres Ensayos para una Teoría Sexual (1905), no hicieron más que aumentar este antagonismo. Como consecuencia, Freud continuó trabajando virtualmente sólo, en lo que él mismo denominó "una espléndida soledad ". Sin embargo, hacia 1906, Freud contaba ya con un reducido número de alumnos y seguidores, destacando los psiquiatras austriacos William Stekel y Alfred Adler, el psicólogo austriaco Otto Rank, el psiquiatra estadounidense Abraham Brill, y los psiquiatras suizos Eugen Bleuler y Carl Jung, además del húngaro Sándor Ferenczi, que se unió al grupo en 1908.
El creciente reconocimiento del movimiento psicoanalítico hizo posible crear, en 1910, una organización de ámbito mundial denominada Asociación Psicoanalítica Internacional. Mientras el movimiento se extendía, ganando adeptos en Europa y Estados Unidos, Freud estaba preocupado por las disensiones aparecidas entre los componentes de su círculo original, sobre todo las de Adler y Jung, cada uno de los cuales desarrolló una base teórica diferente en desacuerdo con la tesis de Freud sobre el origen sexual de las neurosis. Freud se enfrentó a estas posturas, desarrollando sus conceptos básicos y sus puntos de vista en publicaciones y conferencias. Tras el comienzo de la Primera Guerra Mundial, Freud abandonó casi la observación clínica y se concentró en la aplicación de sus teorías a la interpretación psicoanalítica de fenómenos sociales, como la religión, la mitología, el arte, la literatura, el orden social o la propia guerra.
La principal contribución de Freud fue la creación de un enfoque radicalmente nuevo en la comprensión de la personalidad humana, al demostrar la existencia y poder de lo inconsciente. Además, fundó una nueva disciplina médica y formuló procedimientos terapéuticos básicos que, más o menos modificados, aún se aplican, en el tratamiento mediante psicoterapia de las neurosis (y, parcialmente, de las psicosis). Aunque nunca conoció en vida un reconocimiento unánime, y ha sido a menudo cuestionado, Freud es uno de los grandes pensadores del mundo contemporáneo.
Entre otros de sus trabajos, se destacan: Tótem y Tabú (1913), Más Allá del Principio del Placer (1920), Psicología de Masas (1920), El Yo y el Ello (1923), El Malestar en la Cultura (1930), El Porvenir de una Ilusión (1927), Introducción al Psicoanálisis (1933) y Moisés y el Monoteísmo (1939).
                                                           A. 4 – El contexto social en la época de S. Freud

Para poder comprender las críticas sociales que despertó el psicoanálisis, es necesario conocer algunas de las características más sobresalientes de la sociedad Victoriana de la época. Desde una apreciación global, se puede afirmar que la sociedad victoriana era muy moralista y, simultáneamente, muy inmoral. Desde la moralidad, los victorianos no aceptaban la dimensión animal de su naturaleza, ya fuera sexual o simplemente sensual, porque un victoriano serio, en sociedad, evitaba todas las conductas que pudieron producir o insinuar sensaciones “agradables” como, por ejemplo, fumar. La seriedad y la conducta formal eran virtudes fundamentales para un caballero victoriano. La cultura de la época reprochaba toda clase de conductas tendentes al placer y, muy especialmente, en el campo sexual. Así, los victorianos vivían obsesionados por “mostrar” su moralidad en sociedad. Como si de un santo medieval se tratara, el primer ministro liberal de Gran Bertaña, William Gladstone, consignó por escrito sus pecados más leves y los dio a conocer a la sociedad, pidiendo disculpas por ellos (Plumb, 1972).
Recordando los tiempos y las actitudes medievales, la mujeres victorianas, las esposas, las madres de familia, eran “ángeles”, voces santas, las guardianas del hogar, las protectoras de la familia, para quienes la libertad de opinión no existía, porque ser sumisa y obediente eran las mayores virtudes de una “madre de familia”. Eran tan perfectas, que era imposible imaginarlas entregadas a los placeres sexuales y, de esta forma, la prostitución representaba la otra cara, la de la inmoralidad reinante en la sociedad victoriana, ejercida por las denominadas “mujeres malas”, fieles compañeras del hombre victoriano que idolatraba a su esposa. Los victorianos estaban así atrapados entre una conciencia severa y una tentación avasalladora. El punto de vista convergente de varios autores, principalmente historiadores de la época, es la represión sexual de las “mujeres buenas”, las cuales sentían una profunda vergüenza con respeto a los temas sexuales.
Freud escribió lo siguiente (1886), en una carta a su novia, comentando La Emancipación de las Mujeres, de J.S.Mill,:

Parece totalmente huérfana de realismo la idea de incorporar a la mujer en la lucha por la existencia en las mismas condiciones que el hombre. ¿Acaso puedo yo imaginarme a mi dulce y delicada amada como un competidor?.....las naturalezas delicadas de las mujeres necesitan protección. Su emancipación nos arrebataría la cosa más encantadora que el mundo puede brindarnos: nuestro ideal de femineidad....la posición de la mujer no puede ser otra que lo que es: ser una prenda adorada en su juventud y convertirse en una amada esposa en su madurez.
                                                                             (cit. en Leahey, 1986)

Freud era conocedor que los hombres y las mujeres victorianas intentaban ocultar los temas sexuales y se esforzaban por reprimir a la sexualidad en sus vidas privadas, actitud que no significaba, implícitamente, que desconocían el tema. Aquí es donde reside el éxito de la propuesta del psicoanálisis de Freud: exhortar a sus pacientes a conocer sus instintos, sus secretos más ocultos y, en  vez de reprimirlos, aprender a conocerlos, a aceptarlos y, además, a controlarlos por la razón.  
            En el contexto social descrito, se puede deducir el impacto de la propuesta de S. Freud en los  vitorianos: la crítica, el rechazo y la curiosidad por conocer detalladamente esta teoría, se mezclaban con sentimientos de vergüenza y culpa.  

VII. B – ALGUNOS DE LOS CONCEPTOS PSICOANALÍTICOS [1]

            Intentar sintetizar el pensamiento de Freud en el Psicoanálisis es tarea ardua, atendiendo a que sus escritos se extendieron a lo largo de casi cincuenta años, periodo en que el mismo Freud fue cambiando, ampliando o suprimiendo algunas opiniones, perfeccionando su teoría de acuerdo a la experiencia adquirida en la implementación de la misma.
            Analizando algunos de esos conceptos fundamentales para el psicoanálisis, podemos rastrear los orígenes históricos de los mismos; hoy sabemos que poco de lo que dejó Freud era genuinamente original; su gran mérito reside en haber sintetizado y utilizado ideas y conceptos antiguos. Veamos, a continuación, algunos de esos conceptos, no sin antes esclarecer que el Psicoanálisis es el tema de otra Cátedra en el Plan de Estudios de la Carrera de la Psicología, razón por la cual nos limitaremos a explicar sucintamente algunos de los citados conceptos, como base teórica fundamental para la integración de contenidos futuros.
                                                                                              B.1 – Los Instintos
            Freud creía que toda la conducta está motivada por uno o más instintos fisiológicos innatos. Algunas conductas satisfacen directamente los instintos, mientras que otras lo hacen solo indirectamente. En cualquier de los casos, el modelo de Freud es siempre la reducción del impulso, ya que toda conducta aspira, de alguna forma, a reducir la tensión fisiológica. Freud puso especial énfasis en el instinto sexual, particularmente en épocas anteriores a 1920, no olvidando otras situaciones que causan tensión, como el hambre, pero no creyó que estuvieran implicadas en las neurosis. En el periodo posterior a 1920, colocó al instinto de vida y al instinto de muerte junto al instinto sexual. En realidad, Freud nunca creyó que existiera un instinto específicamente humano que pudiera establecer la diferencia entre el hombre y el animal; para él, los hombres no poseían una “naturaleza superior” intrínsecamente sino, lo que en los humanos era superior a los animales, estaba definido por la represión cultural o la razón. De esta forma, Freud se identifica como un seguidor de la teoría de Darwin.        

B. 2 – El inconsciente

            Hemos encontrado, a lo largo de nuestra Historia de la Psicología, el concepto de ideas o sensaciones inconscientes en las obras de Leibniz, Herbart y Fechener, entre otros autores y, más recientemente, en el Romanticismo de inicios del siglo XIX. Así, la hipótesis de ideas o sensaciones  inconscientes no es original, pero deberemos diferenciar entre hipótesis de las ideas inconscientes y la hipótesis del inconsciente freudiano. Freud postuló una zona mental a la cual denominó inconsciente, lugar de las ideas no conscientes y desde donde pueden interferir en la conducta del ser humano, sin que éste sea consciente de eso. La característica fundamental de este material inconsciente es que fue inicialmente reprimido. Las ideas verdaderamente inconscientes resultan tan inaceptables a nuestra conciencia que, voluntariamente, las mantenemos inconscientes, como conducta de defensa a nuestra integridad yoica. Sin embargo, dichas ideas inconscientes conservan su energía y no desisten en sus intentos de llegar a nuestra conciencia, de forma que la represión  debe actuar permanentemente. Freud opinaba que el origen de los sueños, las neurosis, los actos fallidos y la resistencia a la terapia, radicaban en las ideas reprimidas. La clave de la salud mental consiste en convertir estas ideas inaceptables en conscientes y tratarlas en forma racional. 
            La hipótesis de las ideas reprimidas fue la piedra angular del psicoanálisis porque Freud atribuyó casi toda la conducta humana y la vida mental a determinantes inconscientes. En nuestra vida diurna, nuestro yo conciente reprime estas ideas inconscientes pero, durante el sueño, la conciencia queda cancelada, la represión se debilita y, en el sueño, podemos experimentar satisfacción parcial a los deseos reprimidos. Pero, el sueño bloquea toda la actividad motora, de forma que los impulsos no pueden transformarse en conducta. En su lugar, se dirigen hacia el sistema perceptual, donde pueden encontrar realizaciones alucinatorias, en forma de percepciones simuladas y deformadas, para poder preservar el sueño. Freud sintetizó su punto de vista diciendo que todo sueño es una realización de deseos, o sea, la expresión disfrazada de algún anhelo inconsciente, o deseo. Es esta la característica de los sueños la que hace de ellos el camino real para acceder al inconsciente: si sabemos descifrar un sueño y el conjunto uniforme de sus símbolos, además de recuperar su significado oculto, habremos rescatado una pieza de nuestra vida mental inconsciente y podremos someterla a la luz de la razón.
B.     3 - La Libido
            En 1915, Freud introdujo un importante concepto teórico: la libido. Según su criterio, toda conducta debe estar motivada por el instinto sexual. El concepto común del sexo en la época victoriana era que cada ser humano disponía de una cantidad limitada de energía sexual para “gastar”; su “prodigalidad” o “conservación forzada” generaba enfermedades en un sistema nervioso debilitado. A partir del concepto físico de la conservación de la energía, Freud derivó el concepto de conservación de esta energía sexual a la cual denominó libido. Esta carga de energía sexual sería, para Freud, la responsable de la conducta humana. Pero, ¿qué es la libido? Es la energía sexual que tiene origen en lo psíquico (en los instintos sexuales) y se manifiesta en lo somático. Esta hipótesis de Freud parecería “inofensiva” en un primer momento o hasta que él aseguró que el hombre civilizado es inevitablemente infeliz porque la civilización y los parámetros sociales morales le exigen que abandone los placeres instintivos, los que producen directamente el placer, para atender a fines más civilizados.(Hesnard, 1972). Dirigiendo a la libido a estos fines más civilizados (sublimación), Freud afirmaba que la energía sexual se consumía, razón por la cual los investigadores y científicos desplegaban actividad sexual con menos frecuencia que otras personas. Esto indica que la energía sexual puede ser sublimada y desplazada para empresas laborales o intelectuales. Así, es la sublimación que reorienta los impulsos animales, poniéndolos dentro de los parámetros morales dados por la civilización.
            Si la libido es instinto sexual, está implícitamente presente desde el momento del nacimiento. Así, el aspecto de las teorías sexuales de Freud que más impactó a sus contemporáneos fue su creencia en la sexualidad infantil; la forma en que Freud llegó a formular la hipótesis de que los niños experimentaban deseos sexuales y que la sexualidad infantil era la base de las neurosis en los adultos, es materia que se prestó a controversias y a discusiones en su época. Esta energía sexual, generada por el instinto, a la cual Freud denominó libido, durante los primeros años de vida del niño, se concentra en partes específicas de su cuerpo; entre el nacimiento y los 18 meses de vida, se concentra en la boca (etapa oral); seguidamente, entre los 18 meses y los 3 años, la libido se desplaza al ano (etapa anal) para, después de los 3 años, se concentrar en los genitales (etapa fálica). Al final de esta última etapa (entre los 5 y los 6 años de edad), Freud creía que los niños pierden el interés por lo sexual y entran en un periodo de latencia. Corresponde al inicio de la socialización institucional del niño y, en la escuela, su interés se dirige a la interacción social hasta aproximadamente a los 13 años de edad, período en el cual el sujeto entra en la pubertad y adolescencia, e inicia su última etapa de maduración psicosexual – la etapa genital y, en ella, se actualizan los impulsos sexuales. 
De esta teoría nace el complejo de Edipo, que expresa los deseos sexuales infantiles dirigidos al progenitor del sexo opuesto y, consecuentemente, el deseo que el progenitor del mismo sexo, su rival, sea eliminado. Tales deseos, característicos en la etapa fálica, se reprimen y permanecen en el inconsciente. A este conjunto de sentimientos infantiles, Freud le dio carácter universal y lo denominó complejo de Edipo, en memoria del mítico rey griego que, inconscientemente, mató a su padre para casarse con su madre.  

VII. C – LA ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD  - el yo, el superyo y el ello


            Freud supuso que la personalidad gira en torno de tres estructuras: el ello (id), el yo (ego) y el superyo (superego).
El ello: es la única estructura que está presente al momento de nacer y, además, es enteramente inconsciente. Está formado por impulsos y deseos inconscientes que, permanentemente, buscan expresarse. Se rige por el principio de placer , quiere decir que intenta conseguir satisfacción inmediata y evitar el dolor. En cuanto surge un instinto, el ello trata inmediatamente de satisfacerlo. Pero, como no está en contacto con el mundo real, dispone solamente de dos formas para obtener la gratificación deseada. Una es recurrir a acciones reflejas que liberan al instante las sensaciones desagradables (la tos); la otra es la fantasía, o lo que Freud llamaba satisfacción de deseo. El sujeto forma una imagen mental de un objeto o de una situación que va a satisfacer (parcialmente) el instinto y aliviar la sensación desagradable. Este tipo de imágenes aparecen muchas veces en los sueños y en las fantasías, aunque pueden manifestarse de otras formas. (Morris y Maisto, 2002). Esta clase de imágenes mentales ofrece un alivio momentáneo, pero no puede satisfacer por completo todas nuestras necesidades. Por tanto, el ello no logra satisfacer plenamente los instintos y debe vincularse a la realidad si quiere aliviar su malestar. Su nexo con la realidad es el yo.
El yo: fue concebido por Freud como el mecanismo psíquico que controla el pensamiento y las actividades del razonamiento. Opera, en parte , de forma consciente, inconsciente y preconsciente (el preconsciente representa las ideas que, aun no estando en la conciencia en un momento dado, tiene fácil acceso a ella). El yo conoce al mundo externo a través de los sentidos y busca satisfacer las pulsiones del ello. El yo se rige por el principio de realidad, o sea, por medio de razonamientos inteligentes, trata de posponer la satisfacción de los deseos segura y exitosamente.
El superyo: una personalidad formada solamente por el ello y el yo, sería totalmente egoísta y, probablemente, el ser humano tendría una conducta no adecuada a los parámetros morales de una sociedad. La conducta de un ser adulto se rige, no sólo por la realidad, sino que también por la moral traducida en normas de conducta ética que se aprenden del ambiente, por las influencias familiares, religiosas, sociales, institucionales, etc. A este vigilante de la moral, al cual el yo recurre antes de satisfacer los impulsos del ello, Freud lo denominó superyo. El superyo no está presente al momento del nacimiento, razón por la cual la conducta de un niño de corta edad es amoral y lo conduce siempre a la satisfacción de sus deseos (placer). A la medida que madura, este niño va internalizando las normas morales dictadas desde el entorno y las va incorporando a las actitudes constitutivas de su conducta, formando el concepto de “bien” o “mal”, del “puedo pero no debo”, hasta prescindir de las directrices externas, porque su superyo, ya formado, será el que dictará las directrices internas que irán guiar su conducta. El superyo termina por obrar como la conciencia, encargándose de observar y de guiar al yo.
            El yo, el superyo y el ello deben funcionar en armonía, como corresponde a una personalidad equilibrada El yo satisface las exigencias del ello, en forma equilibrada y moral, aprobada por el superyo. Así, podremos expresar nuestros sentimientos y nuestras emociones en forma equilibrada y sin generar culpa.

VII. D – EL MÉTODO TERAPÉUTICO BÁSICO DE S. FREUD

                 El método terapéutico básico del psicoanálisis clásico se basa en tres procesos fundamentales: la asociación libre, el análisis de los fenómenos de transferencia / contra-transferencia y el análisis de la resistencia. Al análisis de estos procesos le acompañan unos elementos de encuadre o reglas de trabajo para el paciente (asociación libre) y el terapeuta (atención flotante).
En la asociación libre, el paciente, en un ambiente relajado, es inducido, directa o indirectamente, a que hable sobre lo que le viene a la mente. Los sueños, los deseos, las esperanzas, las fantasías, así como los recuerdos de la infancia, son de interés para el especialista en psicoanálisis, el cual simplemente escucha, haciendo comentarios sólo cuando, desde su criterio profesional, cree oportuno insistir en alguna parte del discurso del paciente. Así, la asociación libre consiste en que el paciente exprese todos sus pensamientos, sentimientos, fantasías y producciones mentales en general, según le vayan surgiendo al pensamiento, sin exclusiones o restricciones.  A veces el analista insta al paciente a ir asociando a partir de los elementos que él mismo generó en su propio discurso.
El analista se abstiene de responder a demandas especificas del paciente como el consuelo, la simpatía o el consejo, y hace de pantalla o espejo en blanco que proyecta el discurso desplegado por el propio paciente. Además, el analista no debe de dar prioridad inicialmente a ningún componente del discurso del paciente, manteniendo una atención de neutralidad e importancia homogénea hacia todo los elementos del discurso del paciente( atención flotante).
            Con estas reglas, del paciente y del terapeuta, se facilita que se produzca una relación de transferencia; el paciente proyecta o desplaza sobre el analista aspectos cruciales, con figuras importantes de su historia vital (por lo general, los padres). Esta  experiencia del paciente de poder revivir esos aspectos conflictivos e inconscientes(transferencia) de la relación con sus progenitores y proyectadas sobre el analista (que no reacciona punitivamente), le permite al paciente desplegar su discurso hacia aspectos todavía más profundos en el inconsciente (que se van haciendo mas conscientes). Estas circunstancias sumadas al análisis y a la interpretación (del terapeuta) de esos fenómenos se le denomina análisis de la transferencia.
Por otro lado, el terapeuta, aunque deba estar siendo psicoanalizado, puede experimentar reacciones emocionales hacia el paciente que, a nivel inconsciente, suele reproducir los roles complementarios punitivos o gratificantes de sus progenitores; a esta situación se la denomina reacción de contra-transferencia. El análisis y la supervisión del propio terapeuta le ayuda a estar atento a estas reacciones, como le proporcionan una valiosa fuente de información para la terapia y su manejo adecuado.
Sin embargo, los pacientes suelen utilizar una variedad importante de actitudes, conscientes e inconscientes, para controlar su propia ansiedad y conflicto y evadir el trabajo terapéutico, resistiendo a la libre asociación. La detección de estas maniobras por el terapeuta, y su interpretación adecuada, constituyen el análisis de las resistencias. Este ultimo trabajo terapéutico es crucial para el desarrollo del análisis que suele desarrollarse, por lo general, en el transcurso de varios años en el psicoanálisis clásico.

VII. E - EL DESTINO DEL PSICOANÁLISIS, ANTES Y DESPUÉS DE S. FREUD


            Freud no careció de seguidores, discípulos en su época y seguidores después de su muerte. Consiguió fundar un movimiento psicológico y psicoterapéutico que hoy sigue vigente. Freud mantuvo el psicoanálisis fiel a sus propias concepciones, mientras vivió; tenía una idea muy estricta de cómo debería ser la teoría y la investigación psicoanalítica, en cuanto ciencia, no manifestando tolerancia ante cualquier analista que violara al paradigma. Sin embargo, el psicoanálisis y sus principios atrajo a pensadores originales, y la originalidad acostumbra a poner el tela de juicio los conceptos ya establecidos. Freud valoraba a la inteligencia y, consecuentemente, toda una serie de mentes brillantes fueron bien recibidas por Freud y el psicoanálisis, hasta que intentaron cambiar los pilares freudianos y fueron expulsadas del movimiento.
            Así, el psicoanálisis experimentó cisma tras cisma durante los últimos años de vida de Freud. Comenzando por Alfred Adler ( 1870-1936), fueron varios los analistas que rompieron su amistad con Freud o fueron expulsados de los círculos psicoanalíticos a causa de su desacuerdo con el maestro. La pérdida que Freud más lamentó fue la de su amigo Carl Gustav Jung (1875-1961), quien rechazó la insistencia de Freud sobre la primacía del instinto sexual. Yung era un psiquiatra reconocido y, con su adhesión, prestigiaba al psicoanálisis. Por otro lado, era católico y Freud temía que su teoría no fuera más allá de la aceptación de los judíos; la presencia y adhesión de Yung disiparon sus temores. Al abandonar el movimiento psicoanalítico, Yung fundó su propia escuela – la Psicología Analítica. Después de Freud, la psicoterapia siguió su camino y el número de terapeutas se multiplicó en corto tiempo.  Muchos de estos nuevos movimientos, como la Psicología Individual de Alfred Adler o la Psicología Analítica de Carl Yung, crecieran con base psicoanalista
            Freud media el valor de sus principios psicoanalíticos o de sus ideas por la resistencia que generaban en el mundo intelectual de la época. Según él, si la resistencia oculta la verdad en el caso de la neurosis, lo mismo ocurrirá con la sociedad en general. Por ello, Freud se encontraba en la interesante posición de poder contabilizar, como prueba de la verdad de sus conceptos, el rechazo que provocaban; se complacía a verse a sí mismo como un luchador solitario contra un mundo “hostil”. (Cioffi, 1973)
            Sin embrago, investigadores recientes probaron que la reacción social e intelectual al psicoanálisis no fue unánimemente hostil. En el nivel profesional, la teoría de Freud recibió respuestas mixtas: algunos se horrorizaron, especialmente por el exagerado énfasis en las teorías sexuales y otros optaron por seguir investigando en el terreno del psicoanálisis. A nivel popular, y de una forma general, la obra de Freud fue bien acogida, aunque a veces se ponía el reparo de que Freud no decía nada que los poetas no hubieran dicho antes y mejor que él (Cioffi,1973). Las mujeres de la “buena sociedad” de N. York ( ciudad que, en 1916, llegó a contar con 500 analistas) consideraran al psicoanálisis como una diversión interesante, un entretenimiento absorbente jugar con uno mismo, descifrar las motivaciones de la conducta y tratar de descubrir los símbolos por los que el alma se expresa a sí misma. (Cioffi, 1973). A nivel popular, pocos pensadores han tenido tanta influencia sobre la civilización occidental moderna como S.Freud, que no se consideró a sí mismo como un “genio”, ni siquiera como un científico, sino como un “conquistador” que logró superar la resistencia cultural. Si no pudo, en su época, convencer a los psicólogos científicos, pudo conquistar a la mentalidad popular.

VII. F – UNA VARIANTE DEL PSICOANÁLISIS: ALFRED ADLER


            Uno de los discípulos más destacados de Freud fue Alfred Adler. Nació en los suburbios de Viena, el 7 de febrero de 1870. Era el segundo varón de tres niños, fruto de un matrimonio de un comerciante judío de granos y su mujer. De niño, Alfred padeció de raquitismo, lo que le mantuvo impedido de andar hasta los cuatro años. A los cinco, casi muere de una neumonía. Fue a esta edad cuando decidió que de mayor sería médico.
Alfred fue un niño común como estudiante y prefería jugar en el patio a embarcarse en los estudios. Era muy popular, activo y extravertido. Todos le conocían por intentar superar a su hermano mayor. Recibió su título de médico de la Universidad de Viena en 1895. Durante sus años de instrucción, se unió a un grupo de estudiantes socialistas, dentro del cual conocería a la que sería su esposa, Raissa Timofeyewna Epstein, una intelectual y activista social que provenía de Rusia a estudiar en Viena. Se casaron en 1897 y tuvieron cuatro hijos, dos de los cuales se hicieron psiquiatras.
Adler empezó su especialidad médica como oftalmólogo, pero prontamente se cambió a la práctica general, estableciendo su consulta en una parte de extracto social bajo de Viena, cercana al Prader, una combinación de parque de atracciones y circo. Por tanto, sus clientes incluían gente de circo, y en virtud de estas experiencias, autores como Furtmuller (1964) han sugerido que las debilidades y fortalezas de estas personas fueron lo que le llevaron a desarrollar sus reflexiones sobre las inferioridades orgánicas y la compensación. Posteriormente se inclinó hacia la psiquiatría y, en 1907, fue invitado a unirse al grupo de discusión de Freud. Después de escribir varios artículos sobre la inferioridad orgánica, los cuales eran bastante compatibles con el punto de vista freudiano, escribió primero un artículo sobre el instinto agresivo, el cual no fue aprobado por Freud. Seguidamente redactó un artículo sobre los sentimientos de inferioridad de los niños, en el que sugería que las nociones sexuales de Freud debían tomarse de forma más metafórica que literal.
Aunque el mismo Freud nombró a Adler presidente de la Sociedad Analítica de Viena y co-editor de la revista de la misma, éste nunca cesó en su crítica al “maestro”. Se organizó entonces un debate entre los seguidores de Adler y Freud, lo que resultó en la creación, junto a otros 11 miembros de la organización, de la Sociedad para el Psicoanálisis Libre en 1911. Esta organización estableció la sede de la Sociedad para la Psicología Individual al año siguiente.
Durante la Primera Guerra Mundial, Adler sirvió como médico en la Armada Austriaca, primero en el frente ruso y luego en un hospital infantil. Así, tuvo la oportunidad directa de ver los estragos que la guerra producía, por lo que su visión se dirigió cada vez más hacia el concepto de interés social. Creía que si la humanidad pretendía sobrevivir, tendría que cambiar sus hábitos.
Después de la guerra, se embarcó en varios proyectos que incluyeron la formación de clínicas asociadas a escuelas estatales y al entrenamiento de maestros. En 1926, viajó a los Estados Unidos para enseñar y eventualmente aceptó un cargo de visitante en el Colegio de Medicina de Long Island. En 1934, Adler y su familia abandonan Viena para siempre. El 28 de mayo de 1937, mientras daba clases en la Universidad de Aberdeen, murió de un ataque al corazón.
Alfred Adler postula una única “pulsión” o fuerza motivacional detrás de todos nuestros comportamientos y experiencias. Con el tiempo, su teoría se fue transformando en una más madura, pasando a llamarse a este instinto, afán de perfeccionismo. Constituye ese deseo de desarrollar al máximo nuestros potenciales con el fin de llegar cada vez más a nuestro ideal. Es, tal y como ustedes podrán observar, muy similar a la idea más popular de actualización del self.
Otros autores como Karen Horney y Carl Rogers, enfatizan este problema.
El afán de perfección no fue la primera frase que utilizó Adler para designar a esta fuerza motivacional. Recordemos que su frase original fue la pulsión agresiva, la cual surge cuando se frustran otras pulsiones, como la necesidad de comer, de satisfacer nuestras necesidades sexuales, etc. Sería más apropiado el nombre de pulsión asertiva, dado que consideramos la agresión como física y negativa. Pero fue precisamente esta idea de la pulsión agresiva la que motivó los primeros conflictos con Freud. Era evidente que éste último temía de que su pulsión sexual fuese relegada a un segundo plano dentro de la teoría psicoanalítica. A pesar de las reticencias de Freud, él mismo habló de algo muy parecido mucho más tarde en su vida: la pulsión de muerte.
Otra palabra que Adler utilizó para referirse a esta motivación básica fue la de compensación o afán de superación, dado que todos experimentamos sentimientos de inferioridad, conflictos, etc.. Sobre todo en sus primeros escritos, Adler creía que podemos lograr nuestras personalidades en tanto podamos (o no) compensar o superar estos problemas. Esta idea se mantiene inmutable a lo largo de su teoría, pero tiende a ser rechazada como etiqueta. Una de las frases más tempranas de Adler fue la protesta masculina. Él observaba algo bastante obvio en su cultura (y de ninguna manera ausente de la nuestra): los niños estaban situados en una posición más ventajosa que las niñas. Los varones deseaban, a veces de forma desesperada, que fuesen considerados como fuertes, agresivos o en control (masculinos) y no débiles, pasivos o dependientes (femeninos). Pero Adler no creía que la asertividad masculina y su éxito en el mundo fuesen debido a una cierta superioridad innata. Creía que los niños son educados para lograr una asertividad en la vida y las niñas son alejadas de este planteamiento. No obstante, tanto los niños como las niñas vienen al mundo con la misma capacidad de protesta.
La última frase que usó antes de plantear su afán de perfeccionismo, fue afán de superioridad. El uso de esta frase delata una de sus raíces filosóficas de sus ideas: Friederich Nietzsche, quien desarrolló una filosofía que consideraba a la voluntad de poder el motivo básico de la vida humana. Aunque el afán de superioridad se refiere al deseo de ser mejor, incluye también la idea de que queremos ser mejores que otros, más que mejores en nosotros mismos. Más tarde, Adler intentó utilizar el término en referencia a afanes más insanos o neuróticos.

VII. G - LA PSICOLOGÍA INDIVIDUAL DE ALFRED ADLER

Adler fue influenciado por los escritos de Jan Smuts (1870-1950), el filósofo y hombre de estado surafricano. Éste defendía que, para entender a las personas, debemos hacerlo más como conjuntos unificados en vez de hacerlo considerándolas como una colección de trozos y piezas, y que debemos hacerlo en el contexto de su ambiente, tanto físico como social. Esta postura es llamada holismo y Adler tuvo mucho que ver con esto. Primero, para reflejar la idea de que debemos ver a los demás como un todo en vez de en partes, Adler decidió designar este acercamiento psicológico como Psicología Individual -  la palabra “individual” significa de forma literal “lo no dividido”. Segundo, en vez de hablar de la personalidad de un sujeto en el sentido de rasgos internos, estructuras, dinámicas, conflictos y demás, prefería hablar en términos de estilo vital (hoy estilo de vida). El estilo de vida significa cómo cada uno vive su vida, cómo resuelve sus problemas y las relaciones interpersonales. Pasamos a citar, en sus propias palabras, cómo Adler explicaba su posición: “El estilo de vida de un árbol es la individualidad de un árbol expresándose y moldeándose en un ambiente. Reconocemos un estilo cuando lo vemos contrapuesto a un fondo diferente del que esperábamos, por lo que somos conscientes entonces de que cada árbol tiene un patrón de vida y no es solo una mera reacción mecánica al ambiente”.( Ansbacher y Ansbacher, 1956)
Este último punto (el de que el estilo de vida no es simplemente una reacción mecánica), es una segunda postura en la que Adler difiere considerablemente de Freud. Para Freud, los acontecimientos del pasado, principalmente los ocurridos durante la infancia (traumas infantiles), determinan la forma de ser del adulto. Adler considera la motivación como una cuestión de inclinación y movimiento hacia el futuro, en vez de ser impulsado mecánicamente por el pasado. Somos impulsados hacia nuestras metas, nuestros propósitos, nuestros ideales. A esto se le llama teleología. Un acercamiento teleológico de la motivación muestra que nuestras metas pueden cambiar durante el proceso de la vida; la teleología reconoce que la vida es dura e incierta, pero siempre queda un lugar para el cambio.
Otra gran influencia sobre el pensamiento de Adler fue la del filósofo Hans Vaihinger (1852-1933), quien escribió un libro titulado La Filosofía del "Como Sí”. Vaihinger creía que la verdad última estaría siempre más allá de nosotros, pero que para fines prácticos, necesitábamos crear verdades parciales. Su interés particular era la ciencia, por lo que nos ofrece ejemplos relativos a las verdades parciales a través de la existencia de protones y electrones, ondas de luz, la gravedad como distorsión del espacio y demás. Contrariamente a lo que muchos de los no-científicos tendemos a asumir, estas no son cosas que alguien haya visto o haya probado su existencia: son constructos útiles. De momento, funcionan; nos permiten hacer ciencia y con esperanza nos llevará a otros constructos más útiles y mejores. Los utilizamos “como si” fuesen reales. Este autor llama a estas verdades parciales ficciones.(En la actualidad existe todo un debate ideológico en torno a la física cuántica, donde hay una cierta incertidumbre con respecto al destino de un ente sin la intervención de un sujeto observador que modifique este destino con sus percepciones sensoriales).
Ambos autores postularon que todos nosotros utilizamos estas ficciones en la vida cotidiana. Vivimos con la creencia de que el mundo estará aquí mañana, como si conociéramos en su totalidad lo que es malo y bueno; como si todo lo que vemos fuera realmente así, y así sucesivamente. Adler llamó a esta tendencia finalismo ficticio. Esta postura hace que sea una “ficción” en el sentido vaihingeriano y adleriano. Y el finalismo se refiere a la teleología de ello: la ficción descansa en el futuro y, al mismo tiempo, influye nuestro comportamiento en el presente. Adler añadió que en el centro de cada uno de nuestros estilos de vida, descansa alguna de estas ficciones, sobre aquella relacionada con quiénes somos y a dónde vamos.
El segundo concepto en importancia, sólo para el afán de perfección, es la idea de interés social o sentimiento social (llamado originariamente como Gemeinschaftsgefuhl o “sentimiento comunitario”). Manteniendo su idea holística, es fácil ver que casi nadie puede lograr el afán de perfección sin considerar su ambiente social. Como animales sociales que somos, no sólo no podemos tener afán, sino incluso existir. Adler creía que la preocupación social no era una cuestión simplemente adquirida o aprendida: era una combinación de ambas; es decir, está basada en un disposición innata, pero debe ser alimentada para que sobreviva. El hecho de que sea innata se ilustra claramente por la forma en que un niño de pocos meses de vida, establece una relación “social”, sin haber sido enseñado a hacerlo; esta tendencia innata a la empatía debe de estar apoyada por los padres y la cultura en general.

G. 1 – Situaciones infantiles y estilos de vida

De la misma manera que Freud, Adler entendía la personalidad o el estilo de vida como algo establecido desde muy temprana edad. Todo el juego de palabras que usa Adler nos remite a una teoría de la personalidad bastante más distanciada de la representada por Freud. La teoría de Freud fue, en la opinión de Adler, lo que hoy día llamaríamos una teoría reduccionista: toda su teoría se fundamenta en niveles fisiológicos (instintos sexuales). Además, Freud tendió a encuadrar a la personalidad del sujeto en conceptos teóricos más reducidos, como el Ello, el Yo y el Superyo.
De hecho, el prototipo del estilo de vida tiende a fijarse alrededor de los cinco años de edad. Las nuevas experiencias, más que cambiar ese prototipo, tienden a ser interpretadas en términos de ese prototipo; en otras palabras, “fuerzan” a esas experiencias a encuadrarse en nociones preconcebidas de la misma forma que nuevas adquisiciones son “forzadas” a nuestro estereotipo.
Adler sostenía que existían tres situaciones infantiles básicas que conducirían, en la mayoría de las veces, a un estilo de vida fallido (personalidad desequilibrada). La primera son las inferioridades orgánicas, así como las enfermedades de la niñez; en palabras de Adler, los niños con estas deficiencias son niños “sobrecargados”, y si nadie se preocupa de dirigir la atención de éstos sobre otros, se mantendrán dirigiéndola hacia sí mismos. La mayoría pasarán por la vida con un fuerte sentimiento de inferioridad; algunos otros podrán compensarlo con un complejo de superioridad. Sólo se podrán ver compensados con la dedicación importante de sus seres queridos.
La segunda es la correspondiente al mimo o consentimiento. A través de la acción de los demás, muchos niños son enseñados a que pueden tomar sin dar nada a cambio. Sus deseos se convierten en órdenes para los demás. Esta postura suena maravillosa hasta que observamos que el niño mimado falla en dos caminos: primero, no aprende a hacer las cosas por sí mismo y descubre más tarde que es verdaderamente inferior; y segundo, no aprende tampoco a lidiar con los demás ya que solo puede relacionarse dando órdenes. Y la sociedad responde a las personas consentidas solo de una manera: con odio.
El tercero es la negligencia. Un niño descuidado por sus tutores o víctima de abusos aprende lo que el mimado, aunque de manera bastante más dura y más directa: aprenden sobre la inferioridad dado que constantemente se les demuestra que no tienen valor alguno; adoptan el egocentrismo porque son enseñados a no confiar en nadie. Si uno no ha conocido el amor, no desarrollaremos la capacidad para amar luego. Debemos destacar aquí que el niño descuidado no solo incluye al huérfano y las víctimas de abuso, sino también a aquellos niños cuyos padres nunca están allí y a otros que han sido criados en un ambiente rígido y autoritario.

G. 2 – El método terapéutico básico de Alfred Adler


Existen diferencias considerables entre la terapia de Freud y la de Adler. En primer lugar, Adler prefería tener al cliente sentado frente a él, cara a cara, y no acostado en un diván. Más adelante, se preocuparía mucho por no parecer autoritario frente al paciente. De hecho, advirtió a los terapeutas a no dejarse que el paciente le situase en un papel de figura autoritaria, dado que le permite al paciente jugar un papel que es muy probable que ya haya jugado muchas veces anteriormente: el paciente puede situarte como un salvador que puede ser atacado cuando inevitablemente le revelamos nuestra humanidad. En la medida en que nos empequeñecen, sienten como si estuviesen creciendo, alzando igualmente sus estilos de vida neuróticos.
Esta sería, en esencia, la explicación que Adler dio a la resistencia. Cuando el paciente olvida las citas, llega tarde, demanda tratos especiales o se vuelve generalmente terco y poco cooperador no es, como pensó Freud, una cuestión de represión, sino más bien una resistencia como signo de falta de valor del paciente a enfrentar su estilo de vida neurótico.
El paciente debe llegar a entender la naturaleza de su estilo de vida y sus raíces en sus ficciones de auto-centramiento. Esta comprensión (o “insight”) no puede forzarse: Si le decimos simplemente a un paciente “Mire, éste es su problema”, sencillamente el mismo se volverá atrás buscando nuevas vías para mantener sus fantasías. Por tanto, debemos llevar al paciente a un cierto estado afectivo que a él le guste escuchar y que quiera comprender. Solamente a partir de aquí es que puede influenciarse a vivir lo que ha comprendido (Ansbacher y Ansbacher, 1956). Es el paciente, no el terapeuta, el que será finalmente responsable de curarse. El terapeuta debe motivar al paciente, lo que significa despertar su interés social, y la energía que lo acompaña. A partir de una genuina relación humana con el paciente, el terapeuta provee de una forma básica de interés social que luego puede ser trasladado a otros.
Con el objetivo de descubrir las “ficciones” sobre los que descansan los estilos de vida, en la consulta terapéutica, Adler se detenía en una gran variedad de cosas, como el orden del nacimiento, por ejemplo. Primero, examinaba y estudiaba la historia médica del paciente, en busca de cualquier raíz orgánica responsable del problema. Una enfermedad orgánica, por ejemplo, podría presentar efectos secundarios que imitarían muy cercanamente a síntomas neuróticos y psicóticos.
En la primera sesión, preguntaba acerca de los recuerdos infantiles más tempranos. En estos recuerdos, Adler no estaría buscando tanto la verdad de los hechos, sino más bien indicadores de ese prototipo inicial de la vida presente. Si los recuerdos tempranos comprenden seguridad y un alto grado de atención, podría estar indicando un mimo o consentimiento. Si el paciente recuerda algún grado de competencia agresiva (por ejemplo, con un hermano mayor), podría sugerirnos los afanes intensos del segundo hijo y el tipo de personalidad dominante.
Y si finalmente, los recuerdos envuelven negligencia, podría sugerir una grave inferioridad y evitación. También preguntaba por cualquier problema infantil que hubiera podido tener: malos hábitos relacionados con el comer o con los esfínteres, podría indicar la forma en que fue controlado por los padres; los miedos, como por ejemplo a la oscuridad o a quedarse solo, podría sugerir mimo o consentimiento; el tartamudeo puede asociarse con ansiedad en el momento del aprendizaje del habla; una agresión importante y robos, podrían ser signos de un complejo de superioridad; el soñar despierto, aislamiento, pereza y estar todo el día tumbado serían formas de evitar la propia inferioridad.
De la misma forma que para Freud, los sueños (y las ensoñaciones) fueron importantes para Adler, aunque los abordaba de una forma más directa. Para éste último, los sueños eran una expresión del estilo de vida y en vez de contradecir a sus sentimientos diurnos, estaban unificados con la vida consciente del sujeto. Con frecuencia, los sueños representan las metas que tenemos y los problemas a los que nos enfrentamos para alcanzarlas. Si el paciente no recordaba ningún sueño, Adler no se daba por vencido: solicitaba al paciente que fantaseara con lo que quisiera; al fin y al cabo, las fantasías también reflejaban un estilo de vida.

VII . H - ¿ES EL PSICOANÁLISIS ADLERIANO UNA TEORÍA CIENTÍFICA?


            Las críticas contra Adler tienden a detenerse sobre la cuestión de si su teoría es o no, o hasta qué grado, científica. La corriente principal de la psicología actual se dirige hacia lo experimental, lo que significa que los conceptos que usa una teoría deben ser evaluadas y manipuladas. Por tanto, este enfoque supone que una orientación experimental prefiera variables físicas o conductuales. Tal como vimos, Adler utiliza conceptos básicos muy lejanos de lo físico y lo conductual: ¿afán de perfección?; ¿cómo se evalua?, ¿y la compensación?, ¿y los sentimientos de inferioridad?, ¿y el interés social?. A esto se añade que el método experimental también establece un supuesto básico: que toda la conducta opera en términos de causa-efecto. Adler estaría desde luego de acuerdo con que esto es así para los fenómenos físicos, pero negaría rotundamente que las personas funcionen bajo este principio. Más bien, él toma el camino teleológico, estableciendo que las personas están “determinadas” por sus ideales, metas, valores y “fantasías o ficciones”. La teleología extrae la necesidad de las cosas: el individuo no tiene que responder de una determinada manera ante una circunstancia específica; tiene elecciones para decidir, crea su propia personalidad o estilo de vida. Desde una perspectiva experimental, estas cuestiones son ilusiones que un científico, incluso un teórico de la personalidad, no toma en cuenta.
El análisis de la postura teleológica, genera críticas que se apoyan en la poca cientificidad de la teoría adleriana: muchos de los detalles de su teoría son demasiado anecdotarios, es decir, son válidos en casos particulares, pero no necesariamente son tan generales como Adler sostenía. Por ejemplo, el primer hijo (incluso definido ampliamente) no necesariamente se siente desplazado, como tampoco necesariamente el segundo se siente competitivo.
De todas formas, Adler respondería fácilmente a estas críticas. Primero, tal y como acabamos de mencionar, si uno acepta la teleología, no necesitamos saber nada acerca de la personalidad humana. Y segundo, ¿no fue Adler bastante claro en su investigación sobre el finalismo ficticio?. Todos sus conceptos son constructos útiles, no verdades absolutas y la ciencia es sólo una cuestión de crear incesantemente constructos útiles.

VII. I – OTRA VARIANTE DEL PSICOASNÁLISIS: CARL JUNG – (1875-1961)

Así como Alfred Adler se separó, en 1909, del grupo freudiano, Carl Jung lo hizo en 1912, principalmente por su oposición a la doctrina de la libido de Freud que, para entonces, estaba en su apogeo y constituía uno de los conceptos fundamentales de la teoría psicoanalítica. Así, Jung se negó a admitir que la fuerza impulsora de toda la vida psíquica y espiritual fuese de naturaleza sexual, concibiéndola, en cambio, como un principio de energía vital capaz de concentrarse, en diferentes proporciones, en todos los órganos.
Siendo, en un principio, un gran admirador de Freud,  Jung le conoció en Viena en 1907. Dice la historia que después de conocerle, Freud canceló todas sus citas del día, para continuar una conversación que duraría 13 horas continuas. Tal fue el impacto de este encuentro entre estas dos mentes privilegiadas Eventualmente, Freud consideró a Jung como el príncipe de la corona del psicoanálisis y su mano derecha. Pero Jung nunca se apoyó en su totalidad a la teoría freudiana. Su relación empezó a enfriarse en 1909, durante un viaje a América. En este viaje, ambos se entretenían analizándose los sueños de cada uno (aparentemente de manera más desenfadada que seria), cuando en un momento determinado Freud demostró una excesiva resistencia a los esfuerzos de análisis de Jung. Finalmente, Freud le dijo que debían parar, ya que él se sentía con temor a perder su autoridad. Evidentemente, Jung se sintió insultado y los conflictos entre ellos empezaron a surgir.
Freud dijo que la meta de la terapia era hacer consciente lo inconsciente. Verdaderamente, hizo de este postulado el núcleo de su trabajo teórico y, además, definió al inconsciente como algo muy displacentero. Carl Jung, se dedicó a la exploración del “espacio interno” a través de todo su trabajo. Inició su tarea partiendo de los antecedentes de la teoría freudiana, y con un conocimiento inagotable sobre mitología, religión y filosofía antigua. Era verdaderamente especialista en el simbolismo de tradiciones místicas complejas tales como gnosticismo, alquimia y tradiciones similares. Si hay una persona que tenga un sentido del inconsciente y sus hábitos, como capaz de expresarse solo de forma simbólica, éste es Carl Jung.
Conozcamos los antecedentes personales e intelectuales de Carl Jung:
Carl Jung
 
Carl Gustav Jung nació el 26 de julio de 1875 en una pequeña localidad de Suiza llamada Kessewil. Su padre, Paul Jung, fue un clérigo rural y su madre fue Emilie Preiswerk. El niño Carl creció rodeado de una familia muy educada y extensa, que incluía a unos cuantos clérigos y algunos excéntricos también. El padre inició a Carl en el latín a la edad de 6 años, lo que desde el principio aceptó con gran interés, en especial por el lenguaje y la literatura antigua. Además de leer la mayoría de las lenguas modernas del occidente europeo, Jung también leía, alternativamente, varias otras lenguas antiguas como el sánscrito (el lenguaje original de los libros sagrados hindúes). Jung era un ser solitario en su adolescencia, no se mostraba interesado en los estudios ni en la interacción social con sus pares. Acudió a un colegio interno en Basel, Suiza, donde se encontró frontalmente con los celos de sus compañeros; empezó a utilizar la enfermedad como excusa, desarrollando una tendencia vergonzante a desmayarse cuando estaba sometido a una gran presión.
Aunque su primera elección de carrera fue la Arqueología, se decidió por la Medicina, en la Universidad de Basel. Allí conoció al famoso neurólogo Kraft-Ebing, y llegó a trabajar para él. Bajo su influencia, estudió psiquiatría. Poco después de su licenciatura, se estableció en el Hospital Mental de Burghoeltzli en Zurich, bajo la tutela de Eugene Bleuler, el estudiosos y conocedor más importante de la esquizofrenia. En 1903, se casa con Emma Rauschenbach. En aquel tiempo, también dedicó parte de su tiempo a dar clases en la Universidad de Zurich y mantenía un consultorio privado.
La Primera Guerra Mundial fue un periodo especialmente doloroso para Jung. Sin embargo, en este período, creó una de las teorías de la personalidad más interesantes que el mundo haya visto. En 1944 padece un grave infarto y la enfermedad lo obliga a dimitir de la cátedra en la Universidad de Psicología Médica de Basel. Un año más tarde, en 1945, recibe el doctorado honorífico de la Universidad de Ginebra, e, igualmente escribe Nach del Katastrophe. Después de la guerra, Jung viajó mucho; desde tribus de Africa hasta poblaciones de América y la India. Se jubiló en 1946, retrayéndose de la vida pública después de la muerte de su esposa, en 1955. Jung murió el 6 de junio de 1961, en Zurich.
"...una cosa he aprendido: que hay que vivir esta vida. Esta vida es el camino, el más buscado, el
 camino hacia lo incomprensible, que llamamos divino. Yo encontré el camino correcto: me condujo hacia ti, mi alma... "
 Carl Gustav Jung
en El Libro Rojo

VII. J - LA TEORÍA DEL INCONSCIENTE DE C. JUNG

J. 1 – La formación tripartida de la psiquis


La teoría de Jung divide la psique en tres partes; la primera es el yo, el cual se identifica con la mente consciente. Relacionado cercanamente se encuentra el inconsciente personal, que incluye cualquier idea que no esté presente en la conciencia, pero que no está exenta de estarlo. El inconsciente personal sería como lo que las personas entienden por inconsciente en tanto incluye ambas memorias, las que podemos atraer rápidamente a nuestra conciencia y aquellos recuerdos que han sido reprimidos por cualquier razón. La diferencia estriba en que no contiene a los instintos, como la teoría de Freud. Después de describir el inconsciente personal, Jung añade una parte al psiquismo que hará que su teoría destaque de las demás: el inconsciente colectivo. Podríamos llamarle sencillamente nuestra “herencia psíquica”: es el reservorio de nuestra experiencia como especie; un tipo de conocimiento con el que todos nacemos y compartimos. Aún así, nunca somos plenamente conscientes de ello. A partir de él, se establece una influencia sobre todas nuestras experiencias y comportamientos, especialmente los emocionales; pero solo le conocemos indirectamente, viendo estas influencias.
Existen ciertas experiencias que demuestran los efectos del inconsciente colectivo más claramente que otras. Por ejemplo, el sentimiento de haber estado anteriormente en la misma situación y el reconocimiento inmediato de ciertos símbolos, Jung los considera como una  conjunción súbita de la realidad, externa e interna, del inconsciente colectivo. Otros ejemplos que ilustran con más amplitud la influencia del inconsciente colectivo son las experiencias creativas compartidas por los artistas y músicos del mundo en todos los tiempos, o las experiencias espirituales de la mística de todas las religiones, las fantasías y la literatura. Cuando soñamos o meditamos, nos metemos dentro de nuestro inconsciente personal, acercándonos cada vez más a nuestra esencia: el inconsciente colectivo.
Un ejemplo interesante que actualmente se discute es la experiencia cercana a la muerte. Parece ser que muchas personas, de diferentes partes del mundo y con diferentes antecedentes culturales, viven situaciones muy similares cuando son “rescatados” de la muerte clínica. Hablan de que sienten que abandonan su cuerpo, viendo claramente sus cuerpos y los eventos que le rodean; sienten como una “fuerza” que les atrae hacia un túnel largo que desemboca en una luz brillante; de ver a familiares fallecidos o figuras religiosas esperándoles y una cierta frustración por tener que abandonar esta feliz escena y volver a sus cuerpos. Quizás todos estamos “programados” para vivir la experiencia de la muerte de esta manera desde, según Jung, nuestro inconsciente colectivo.

J. 2 - Los Arquetipos

Los contenidos del inconsciente colectivo son los llamados arquetipos. Jung también les llamó dominantes, imagos o imágenes primordiales, pero el término arquetipo es el más conocido. El arquetipo sería una tendencia innata a experimentar sentimientos compartidos en la humanidad, o sea, son nodos o centros dinámicos del inconsciente colectivo, en el que ocupan, de acuerdo a su antigüedad de origen, posiciones o niveles diversos. El arquetipo carece de forma en sí mismo, pero actúa como un “principio organizador” sobre las ideas, la conducta y sus manifestaciones humanas. Funciona de la misma manera que los instintos, en la teoría freudiana.
El Arquetipo Materno - Este arquetipo es particularmente útil como ejemplo. Todos nuestros ancestros tuvieron madres y evolucionamos en un ambiente que ha incluido una madre o un sustituto de ella. Nunca hubiéramos sobrevivido sin la conexión con una persona cuidadora en nuestros tiempos de niños indefensos. Está claro que somos “construidos” de forma que refleja nuestro ambiente evolutivo: venimos a este mundo listos para desear una madre, la buscamos, la reconocemos y lidiamos con ella. Así, el arquetipo de madre es una habilidad propia constituida evolutivamente y dirigida a reconocer una cierta relación, la de la “maternidad”. Jung establece esto como algo abstracto, y todos nosotros proyectamos el arquetipo a la generalidad del mundo y a personas particulares, usualmente nuestras propias madres. Incluso, cuando un arquetipo no encuentra una persona real disponible, tendemos a personificarlo; esto es, lo convertimos en un personaje. Este personaje simboliza el arquetipo materno, aunque en la fantasía. Este arquetipo está simbolizado por la madre primordial o “madre tierra” de la mitología. De acuerdo con Jung, alguien a quien su madre no ha satisfecho las demandas del arquetipo, se convertiría perfectamente en una persona que lo busca a través de la iglesia o identificándose con la “madre tierra”, o en la meditación sobre la figura de la Virgen María.
El Arquetipo Maná - Debemos saber que estos arquetipos no son de carácter biológico, como los instintos de Freud. Son demandas más puntuales. Jung propondría una interpretación muy distinta. Incluso, tener sueños eróticos no necesariamente implica una insatisfacción sexual.
Es llamativo que en sociedades primitivas, los símbolos usualmente no se refieran en absoluto al sexo. Usualmente simbolizan el maná, o poder espiritual. Esto símbolos se exhiben cuando es necesario implorar a los espíritus para lograr una mejor cosecha del maíz, o aumentar la pesca o para ayudar a alguien.
El Arquetipo Sombra -Por supuesto que, en la teoría junguiana, también hay espacio para los instintos. Éstos forman parte de un arquetipo llamado la sombra. Deriva de un pasado pre-humano y animal, cuando nuestras preocupaciones se limitaban a sobrevivir y a la reproducción, y cuando no éramos conscientes de nosotros como sujetos. Sería el “lado oscuro” del yo, nuestra parte negativa. Esto supone que la sombra es amoral; ni buena ni mala, como en los animales. Un animal es capaz de cuidar calurosamente de su prole, al tiempo que puede ser un asesino implacable para obtener comida. Pero él no elige estas conductas; simplemente actúa de acuerdo a las necesidades del momento. Pero, desde nuestra perspectiva humana, el mundo animal nos parece brutal, inhumano; por lo que la sombra se vuelve algo relacionado con un “archivo” de aquellas partes de nosotros que no queremos admitir.
El Arquetipo Persona - La persona representa nuestra imagen pública. La palabra, obviamente, está relacionada con el término persona o personalidad, y proviene del latín que significa máscara. Por tanto, la persona es la máscara que nos ponemos antes de salir al mundo externo. Aunque se inicia siendo un arquetipo, con el tiempo vamos asumiéndola, llegando a ser la parte de nosotros más distantes del inconsciente colectivo. En su mejor presentación, constituye la “buena impresión” que todos queremos brindar al satisfacer los roles que la sociedad nos exige. Pero, en su peor cara, puede confundirse incluso por nosotros mismos, de nuestra propia naturaleza. Algunas veces llegamos a creer que realmente somos lo que pretendemos ser.
El Arquetipo Anima y Animus - El anima es el aspecto femenino presente en el inconsciente colectivo de los hombres y el animus es el aspecto masculino presente en el inconsciente colectivo de la mujer. Unidos se les conoce como syzygy. El anima  usualmente se asocia con una emotividad profunda y con la fuerza de la vida misma. El animus  tiende a ser lógico, muchas veces racionalista e incluso argumentativo. Una parte de la persona es el rol masculino o femenino que debemos interpretar. Para la mayoría de los teóricos, este rol está determinado por el género físico. Pero, al igual que Freud, Adler y otros, Jung pensaba que, en realidad, todos nosotros somos bisexuales por naturaleza. Cundo empezamos nuestra vida como fetos, poseemos órganos sexuales indiferenciados y es solo gradualmente, bajo la influencia hormonal, cuando nos volvemos varones o mujeres. De la misma manera, cuando empezamos nuestra vida social como niños, no somos masculinos o femeninos en el sentido social. Casi de inmediato (tan pronto como nos pongan esas escarpines azules o rosas), nos desarrollamos bajo la influencia social, la cual, en forma  gradual, nos convierte en hombres y mujeres.
En todas las culturas, las expectativas que recaen sobre los hombres y las mujeres difieren; éstas están basadas casi en su totalidad sobre nuestros diferentes roles en la reproducción y en otros detalles que son casi exclusivamente tradicionales. En nuestra sociedad actual, todavía retenemos muchos remanentes de estas expectativas tradicionales. Todavía esperamos que las mujeres sean más tranquilas y menos agresivas; que los hombres sean fuertes y que ignoren los aspectos emocionales de la vida. Pero Jung creía que estas expectativas significaban que solo hemos desarrollado la mitad de nuestro potencial.
El anima y el animus son los arquetipos a través de los cuales nos comunicamos con el inconsciente colectivo en general y es también el arquetipo responsable de nuestros sentimientos: como sugiere un mito griego, estamos siempre buscando nuestra otra mitad; esa otra mitad que los Dioses nos quitaron, en los miembros del sexo opuesto. Cuando nos enamoramos, sentimos que algo llenó nuestro arquetipo anima o animus particularmente bien.
Otros Arquetipos - Jung decía que no existía un número fijo de arquetipos que pudiésemos listar o memorizar. Se superponen y se combinan entre ellos, según la necesidad y su lógica; no responde a los estándares lógicos que entendemos. Jung definió algunos otros:
El Arquetipo Padre - está simbolizado por una guía o una figura de autoridad
El Arquetipo Héroe - es uno de los principales: representa al yo y su tendencia universal a identificarse con modelos influyentes, de una determinada sociedad o de la historia.
El Arquetipo Familia - que representa la idea de la hermandad de sangre, así como unos lazos más profundos que aquellos basados en razones conscientes.
El Arquetipo Niño - también con frecuencia se mezcla con otros, formando el niño-dios o el niño-héroe. Es representado, en la mitología y en el arte, por los niños, en particular los infantes o pequeñas criaturas. La celebración del Niño Jesús, en la Navidad, es una manifestación del arquetipo niño y representa el futuro, la evolución, el renacimiento y la salvación. Curiosamente, en el hemisferio norte, la Navidad acontece durante el solsticio de invierno, el cual representa el futuro y el renacimiento en las culturas primitivas nórdicas. Estas personas encienden hogueras y realizan ceremonias alrededor del fuego, implorando la vuelta del sol.
El Arquetipo Doncella  - representa la pureza, inocencia y en todas por igual, la candidez.
El Arquetipo Animal - representa las relaciones humanas con el mundo animal. Después de todo, los animales están más cercanos a sus naturalezas que nosotros. De ellos aprendemos su armonía de vida con la naturaleza.
El Arquetipo Dios - representa nuestra necesidad de comprender el Universo; que nos provee de significado a todo lo que ocurre y que todo tiene un propósito y dirección.
El Arquetipo Hermafrodita,- tanto hombre como mujer, es una de las ideas más importantes de la teoría junguiana y representa la unión de los opuestos.
El Arquetipo Sí Mismo o Self - es la unidad última de la personalidad y está simbolizado por el círculo, la cruz y las figuras simbólicas que Jung halló en las pinturas. Puede ser un trazo tan simple como una figura geométrica, o tan complicado como un vitral. La personificación que mejor representa el self es la perfección. Pero Jung creía que la perfección de la personalidad solamente se alcanza con la muerte.

J. 3 - Las dinámicas del psiquismo


Vamos ahora a ocuparnos de los principios de sus operaciones. Jung nos brinda tres principios. El primero de ellos es el principio de los opuestos. Cada deseo inmediatamente sugiere su opuesto. Por ejemplo, si tenemos un pensamiento positivo, no podemos dejar de tener el opuesto en algún lugar de la mente. De hecho, es un concepto bastante básico: para saber lo que es bueno se debe conocer lo malo, de la misma forma que no se puede saber lo que es negro sin conocer lo blanco; o lo que es alto, sin lo bajo. De acuerdo con Jung, es la oposición la que crea el poder (o libido) del psiquismo. Es como los dos polos de una batería, o la escisión de un átomo. Es el contraste el que aporta la energía, por lo que un contraste poderoso dará lugar a una energía fuerte y un contraste débil provocará una energía pobre.
El segundo principio es el principio de equivalencia, donde la energía resultante de la oposición se distribuye equitativamente en ambos lados y depende de la actitud que se tome con respecto a ese deseo no satisfecho. Si mantenemos ese deseo de forma consciente; es decir, que somos capaces de reconocerlo, entonces provocamos un aumento de calidad en el funcionamiento psíquico; esto es, crecemos. Si, por el contrario, pretendemos negar que este pensamiento estuvo ahí, si lo suprimimos, la energía se dirigirá hacia el desarrollo de un complejo. El complejo es un patrón de pensamientos y sentimientos suprimidos que se agrupan (que establecen una constelación) alrededor de un tema en concreto y proveniente de un arquetipo. Si negamos haber tenido un pensamiento relacionado con matar un pájaro, por ejemplo, podríamos poner esa idea en una de las formas ofrecidas por la sombra (nuestro “lado oscuro”); o si un hombre niega su lado emocional, su emotividad puede encontrar su forma de expresión dentro del arquetipo de anima. Aquí es donde empiezan los problemas. Si pretendemos que en toda nuestra vida somos absolutamente buenos, que ni siquiera tenemos la capacidad de mentir o engañar; de robar o matar, entonces cada vez que seamos buenos, nuestra otra parte se consolidará en un complejo alrededor de la sombra. Ese complejo empezará a tomar vida propia y te atormentará da alguna manera.
El último principio es el principio de entropía, el cual establece la tendencia de los opuestos a atraerse entre sí, con el fin de disminuir la cantidad de energía vital a lo largo de la vida. Jung extrajo esta idea de la física, donde la entropía se refiere a la tendencia de todos los sistemas físicos de solaparse; esto es, que toda la energía se distribuya eventualmente.
Decía Jung que, cuando somos jóvenes, los opuestos tienden a ser muy extremos, malgastando una gran cantidad de energía. A medida que nos vamos haciendo mayores, empezamos a sentirnos cómodos con nuestras facetas. Somos un poco menos idealistas e ingenuos, y reconocemos que somos una combinación de bueno y malo. Nos vemos menos amenazados por nuestros opuestos sexuales y nos volvemos más andróginos. Incluso, en la edad de la vejez, las mujeres y los hombres tienden a parecerse más. Este proceso de sobreponernos por encima de nuestros opuestos, el poder ver ambos lados de lo que somos, es llamado trascendencia.

J. 4 – La Tipología de la Personalidad de Carl Jung


Jung desarrolló una tipología de la personalidad que se tornó tan popular que mucha gente cree que él no hizo nada más. Esta empieza con la diferencia entre introversión y extroversión. Las personas introvertidas prefieren su mundo interno de pensamientos, sentimientos, fantasías, sueños y demás, mientras que las extrovertidas prefieren el mundo externo de las cosas, las actividades y las personas en la interacción social. Estos términos se han confundido con vocablos como timidez y sociabilidad, debido en parte a que los introvertidos suelen ser tímidos y los extrovertidos tienden a ser más sociables. Pero Jung se refería más a cuán inclinados estamos (nuestro yo) hacia la persona y la realidad externa o hacia el inconsciente colectivo y sus arquetipos. En este sentido, el sujeto introvertido es un poco más maduro que el extrovertido, aunque bien es cierto que nuestra cultura valora más al extrovertido. En la actualidad, encontramos la dimensión de introversión-extroversión en varias teorías, de las cuales destaca de forma notable la de Hans Eysenck, aunque esta dimensión se esconda bajo los nombres alternativos de “sociabilidad” y “surgencia”.

J. 5 - Las cuatro maneras o funciones de relacionarse con los demás

Aún cuando seamos introvertidos o extrovertidos, está claro que necesitamos lidiar con el mundo, tanto interno como externo; cada uno de nosotros posee su propia manera de hacerlo, más o menos cómoda y útil. Jung sugiere que existen cuatro maneras o funciones de hacerlo: la primera es la de las sensaciones, que como indica la propia palabra, supone la acción de obtener información a través de los significados de los sentidos. Una persona sensible es aquella que dirige su atención a observar y escuchar, y por tanto, a conocer el mundo. Jung consideraba a esta función, como una de las irracionales, comprende más a las percepciones que al juicio de la información.
La segunda es la del pensamiento; pensar supone evaluar la información o las ideas de forma racional y lógica. Jung llamó a esta función racional o toma de decisiones, en base a juicios, en vez de una simple consideración de la información. La tercera es la intuición , este es un modelo de percepción que funciona fuera de los procesos conscientes típicos. Es irracional o perceptiva, como la sensación, pero surge de una bastante más compleja integración de grandes cantidades de información, más que una simple visión o escucha. Jung decía que era como “ver alrededor de las esquinas”. La cuarta es el sentimiento; es el acto tanto de sentir, como el de pensar. Es una cuestión de evaluación de la información; en este caso, está dirigida a la consideración de la respuesta emocional en general. Jung le llamó sentimental, evidentemente no de la manera en que estamos acostumbrados a usar el término.
Todos nosotros poseemos estas cuatro funciones. Diríamos que, simplemente, la usamos en diferentes proporciones. Cada uno de nosotros tiene una función superior que preferimos y que está más desarrollada.; otra secundaria, de la cual somos conscientes de su existencia y la usamos solo para apoyar a la primera. También tenemos una terciaria, la cual está muy poco desarrollada y no es muy consciente para nosotros y finalmente una inferior, la cual está muy pobremente desarrollada y es tan inconsciente que podríamos negar su existencia en nosotros. La mayoría de nosotros sólo desarrolla una o dos de las cuatro funciones, pero nuestra meta debería ser desarrollar a todas. Una vez más, Jung considera la trascendencia de los opuestos como un ideal.

VII. K - APRECIACIONES DEL DR. GEORG BOEREE (EEUU) A LA TEORÍA DE CARL JUNG
Quien, en el campo de la ciencia, esté interesado en investigar en el campo de la creatividad, de la espiritualidad, de los fenómenos psíquicos, de lo universal, encontrará en Jung una buena guía. Éste, no solamente apoya completamente el punto de vista teleológico (como hacen la mayoría de los psicólogos de la personalidad), sino que va un paso más allá, tratando de las interconexiones de la sincronía. No solamente postula la existencia de un inconsciente donde las cosas no son fáciles de captar por la observación empirista, sino que, además, establece un inconsciente colectivo que nunca  llegará a la conciencia. De hecho, Jung se acoge a una postura esencialmente contraria a la corriente reduccionista freudiana; empieza por los niveles más altos (incluso hasta la espiritualidad misma) y deriva los niveles más bajos de psicología y fisiología a partir de ellos. De la misma manera que hace Freud, Jung intenta atraer todo hacia su sistema teórico, a partir del cual explica todos los hechos de la vida psiquica humana, no dando lugar para la casualidad o las circunstancias. La personalidad ( y la vida en general) parece “sobre-explicada” en la teoría junguiana.
A primera vista, los arquetipos de Jung parecería la idea más extraña, aún cuando se ha demostrado que son muy útiles para el estudios de las semejanzas y los contrastes de la conducta humana en seres pertenecientes a varias culturas, literatura en general, simbolismo artístico y exposiciones religiosas que, aparentemente, capturan algunas de las “unidades” básicas de nuestra propia expresión. Muchas personas han sugerido que son solamente muchos caracteres e historias del mundo real, y que solamente nos limitamos a reorganizar los detalles de las mismas.
Esta postura sugiere que los arquetipos, de hecho, se refieren a algunas estructuras profundas de la mente humana. Desde la perspectiva fisiológica, venimos a este mundo con una cierta estructura. Vemos de una determinada manera, al igual que oímos; procesamos la información de forma particular, nos comportamos así, dado que nuestras glándulas y músculos están diseñados de una forma determinada. Es importante destacar que al menos un psicólogo cognitivo sugerió la búsqueda de las estructuras subyacentes de los arquetipos junguianos.
Jung nos despertó para el conocimiento de las diferencias entre el desarrollo infantil y el adulto. Los niños claramente enfatizan sobre la diferenciación y, en forma activa, buscan la diversidad. Muchas personas, incluyendo a varios psicólogos, se impresionaron tanto por esto, que llegaron a la conclusión que todo el desarrollo infantil es una cuestión de diferenciación, de aprender, de saber. Pero, con respecto a los adultos, Jung enfatizó la idea de que éstos tienden más a la integración para la trascendencia de los opuestos. Los adultos buscamos las conexiones entre las cosas; cómo encajan entre ellas, cómo interactúan; cómo contribuyen a un todo. Queremos que las cosas tengan sentido, que tengan un significado; en definitiva, el propósito de todo esto. Los niños desenmarañan el mundo; los adultos intentan recoger las piezas y unirlas.
Por un lado, Jung se mantiene atado a sus raíces freudianas; enfatiza el inconsciente más de lo que hacen los freudianos. De hecho, podría verse como una extensión lógica de la tendencia freudiana a situar las causas de los hechos en el pasado. Freud también habló de los mitos (Edipo, por ejemplo) y de cómo impactaron al psiquismo moderno. Por otro lado, Jung tiene mucho en común con los neo-freudianos, humanistas y existencialistas. Él cree que estamos hechos para el progreso, para movernos en una dirección positiva, no solamente con un fin dirigido a la adaptación, como los freudianos y los conductistas defienden. La idea de Jung sobre la auto-realización es muy similar a la de auto-actualización.
El equilibrio o balance de los opuestos ha encontrado también su contraparte en otras teorías. Autores como Alfred Adler, Otto Rank, Andreas Angyal, David Bakan, Gardner Murphy y Rollo May hacen referencias a la búsqueda de un equilibrio entre dos tendencias opuestas, una dirigida al desarrollo individual y la otra hacia el desarrollo del interés social. Rollo May menciona una mente compuesta de “daimones” (pequeños dioses) tales como el deseo de sexo, de amor y de poder. Todos son positivos, mientras están en su lugar, pero cuando envuelven a toda la personalidad, tendremos a la enfermedad mental.
Por último, le debemos a Jung una mayor apertura de la interpretación, ya sea relacionada con síntomas, con sueños o con asociaciones libres. Mientras que Freud desarrolló una interpretación más o menos rígida (especialmente la sexual), Jung se permitió ir un poco más allá, dirigiendo su idea más bien hacia una interpretación más del libre albedrío, donde prácticamente cualquier hecho podría tener varias interpretaciones analíticas. El análisis existencial, en particular, se ha beneficiado de las ideas junguianas.

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 Alfred Adler y Carl Jung – Fragmentos de los trabajos del Dr. C. George Boeree (1998) de la Universidad de Shippensburg – Pensilvania – Estados Unidos, con traducción del Dr. Rafael Gautier (2004) de la citada Universidad - www.psicología-online.com


[1] El Psicoanálisis es el tema de otra Cátedra en el Plan de Estudios de la Carrera de la Psicología, razón por la cual nos limitaremos a explicar sucintamente algunos de los citados conceptos, como base teórica fundamental para la integración de contenidos futuros.

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